En el debate bicentenario se abordan cosas que hieren profundamente la dignidad de los venezolanos. En 1811 logramos el inicio de la Independencia, y con ella llegaron los primeros esbozos del sistema democrático. Basta leer las Actas del Congreso Constituyente para disfrutar los esperanzados discursos de aquellos tiempos y desengañarse con la actual realidad que nos somete nuevamente a la condición de Colonia, con un sistema político autoritario y personalista convirtiendo diariamente en escombros la praxis y los principios democráticos.
La revolución cubana se adueña rápidamente de resortes fundamentales de nuestra vida de nación. El sistema de identidad nacional, los registros, las notarías, algunos puntos muy sensibles de las Fuerzas Armadas y la seguridad y defensa nacional, comienzan a tocar aspectos que conforman lo que la teoría constitucional denomina elementos o condiciones existenciales del Estado. Además, por si fuera poco lo anteriormente mencionado, el influjo psicológico, político y emocional, típicamente colonizador, que desde la Isla se ejerce sobre el gobierno nacional y su Presidente, agrava la situación.
¿Cuándo estas delicadas circunstancias que estamos viviendo comenzarán a convertirse en preocupación y ocupación diaria de nuestra identidad patriótica? ¿Cuándo nuestra vida de pueblo empezará a sentir el fardo humillante de la re-colonización política e institucional? Contra esto debe luchar tenazmente el espíritu democrático del país, que ve agrietada su soberanía por la penetración profunda, absurda y antipatriótica en instituciones claves de su vida política y jurídica, al extremo de colonizarla enervando sus potencialidades y poniéndola a la cola de un régimen fracasado, que después de cincuenta años de prácticas involucionistas presenta un panorama de rotundo descalabro, donde solo la nomenclatura sobrevive, atrincherada en la fuerza de las armas y disfrutando de las comodidades y garantías que se le niegan al común de los ciudadanos.
Esta insólita paradoja, en el bicentenario de su Independencia, solivianta a un país que dueño de su propio destino, aparece disminuido en una ruta distinta a lo que sus padres fundadores escogieron en el fulgurante momento de su aparición en el firmamento de las expectativas. El ideal democrático y civil que proclamamos desde los tiempos iluminados y fértiles del 19 de abril de 1810 y el del 5 de julio de 1811, se ha debilitado pasando muchas veces por las horcas caudinas de la regresión, que nos han convertido en una República de constantes desencantos, perdiendo con bastante frecuencia numerosas oportunidades de poderosos saltos hacia el desarrollo y la consolidación institucional.
La democracia, en vez de perfeccionarse y avanzar, ha retrocedido asediada por teorías, ideologías y experimentos fracasados en otras regiones del planeta. Se impone, pues, una honda meditación, en la perspectiva de estos grandes hechos, para reafirmar el espíritu auténticamente democrático y plural que nos legaron, conjuntamente con nuestra Independencia. Tomar conciencia de esta situación es un mandato que recae sobre las fibras más nobles de un pueblo amante de la justicia, la libertad y la paz. Reflexionar constantemente acerca de la importancia de estos temas constituye una forma de reencontrar los hilos de una trama existencial que nos ha dado fuerza para remontarnos sobre nuestras propias carencias y caídas. Construir el mensaje a través de estos grandes episodios, es un ejercicio que tiene una emblemática significación en el momento actual.
dabacalao@cantv.net
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